Quizás es que el paso del tiempo le haga a uno ser más consciente de la importancia del cuerpo. No es difícil ver que aquello que no "irrita", que no "molesta", que no "se mueve" ni "conmueve" es indiferente.
Paradójicamente, todo lo que es importante para nosotros realmente supone una "irritación." Pensemos en las cosas que realmente nos importan, las más inútiles de todas. Pensemos, por ejemplo, en el amor. Si el otro nos es indiferente, no nos importa. Si nos irrita, si nos inquieta su presencia o la representación de él, entonces, le amamos, le invocamos, le queremos, para bien o para mal. El amor, al igual que el comer o el dormir [o el conocer], es una irritación, es una inquietud. Pero, no creamos que el amor es único de los hombres, al igual que tampoco es exclusivo de los hombres el sentir y el conocer. Quizás seamos el animal cuyo grado de sensación, de afecto y de conocimiento se haya colocado en los niveles más excelsos, sin embargo, ello no es necesariamente positivo [no confundamos "lo más alto" con lo mejor, claro es que ello depende de aquello que entendamos como "lo mejor"]. En efecto, en cuanto hombres [bíos theoretikós], como animales [bíos] nos irrita lo otro diferente a nosotros, como "teoréticos" o seres racionales, a veces, lo otro diferente a nosotros nos irrita en demasía y ello provoca un placer excesivo o [y] un dolor sublime del cuerpo y del alma -entendida como principio vital-.
Pues, el hecho de que seamos animales teoréticos, hace que el paso del tiempo, en general, aumente nuestra consciencia de la importancia del cuerpo que muestra lo que nos acontece, que es señal de todas las irritaciones que nos han movido [y nos mueven] a hacer (incluyendo en el "hacer" el "pensar").
No tenemos que irnos a la ciencia ficción para saber qué piensa, siente, quiere, padece ... el otro, no, sólo hay que observar su cuerpo, única muestra sensible de su alma (de su vida, de su acontecer, de su actos externos e internos). Saber "leernos" y "leer" en el cuerpo del otro es reconocernos y reconocer al otro. Imaginemos unas manos aún jóvenes pero agrietadas por la humedad, cubiertas de callos en sus palmas; unos ojos joviales pero cuyo contorno indica insomnio y, quizás, tristeza; un cabello que todavía mantiene el colorido de la edad juvenil pero donde el dorado cede al blanquecino resplandor;... Señales de una vida, de un hacer, de un ser movido por lo que le irrita.
Y, ¿cuándo nos damos cuenta del reinado del cuerpo? Cuando maduramos, cuando la juventud (aliada de la inmortalidad) deja paso a la madurez y a la vejez. Así, cuando enfermamos de amor, debido a la irritación desorbitada que "el amado" provoca en nosotros, nos dejamos guiar por el tópico asumido del dolor romántico de amor, creyendo sublimar este sentimiento cuando se escinde del cuerpo, y hablamos de locura de amor, pensando que ésta consiste en un más allá del cuerpo, cuando es evidente, que el cuerpo sufre las consecuencias del placer o el dolor que provoca el estado de enamoramiento.
Tal vez el paso del tiempo nos acerque a la realidad de que la vida es el hacer desde el cuerpo que somos porque éste mismo se manifiesta ante nosotros, siendo nosotros mismos. Cuántas veces hemos sido conscientes del mal que le hacíamos a nuestro cuerpo después de una comida excesiva, un beber trasnochado, un querer que es sufrimiento sin calma,... Al final, el estómago no quiere comer, el cuerpo sólo pide agua, el cuerpo quiere alejarse de lo que le daña... El cuerpo no es una cárcel del alma, el cuerpo es alma, y el alma es cuerpo. Si nos caracterizamos por el alma entendida como principio de vida, y la vida es lo que hacemos (y pensamos, y queremos, y deseamos, y soñamos...), entonces el cuerpo es condición necesaria del alma, ambos son dos siendo uno.
Terminando ya esta breve meditación, nos sobreviene el pensamiento de Nietzsche, su sublimación de las diferencias, de la voluntad de poder, del querer las diferencias a toda costa, del no calmar aquello que somos porque supondría una anestesia de lo que nos hace ser individualmente. En este sentido, parecería que el cuerpo se equivoca cuando quiere, volviendo a los ejemplos anteriores, darle una tregua al estómago limitando la ingesta, o beber únicamente agua después de una noche inundada en alcohol, o el acabar con aquellos "quereres" que únicamente generan sufrimiento. Así, para Nietzsche si realmente queremos "ser", diferenciándonos de los otros, seremos en la diferencia, en nuestras diferencias, y no calmaremos nuestros "quereres", aunque duelan, ello es cobardía, ello es no-ser, ello es ser ficción. Quizás, si fuéramos puro intelecto, puro "theoretikós", es decir, si fuéramos Dios, quizás, Nietzsche tuviera razón. Pero, no hemos de olvidar que somos "bíos", somos hombres de carne y hueso. Vivir es hacer (y pensar, y sentir, y soñar...) sin desprendernos del cuerpo, porque ello no es sino la muerte, y por mucho que queramos convertir al hombre en dios, no lo es ni lo será. (Y eso que Nietzsche acabó con el dios cristiano, queriendo erigir al "super-hombre", para caer de nuevo en la pureza de lo que ha de ser el verdadero hombre, construyéndose al margen de su radical verdad: su cuerpo y su circunstancia).