viernes, 7 de agosto de 2015

MEDITACIÓN DE DULCINEA: LO ESPANTOSO DE LO COTIDIANO EN LA SOCIEDAD ACTUAL







Desde hace mucho tiempo lo cotidiano espanta. Todo ha de ser novedad, ilusión renovada, progreso... En definitiva, dicen los entendidos de la felicidad humana actual (sí, esa felicidad de catálogo, de anuncio publicitario) que todo ha de ser moderno, en el sentido de que debe hacernos avanzar hacia un futuro mejor, ya sea en el ámbito público o privado.

A esta categoría de hombres que podríamos calificar de adalides de la felicidad futura, se les reconoce por la jerga que emplean a la hora de expresar sus teorías. Así pues, para estos nuevos filósofos, todo hombre que se precie debe dar una buena imagen en las RRSS, teniendo todos los followers posibles, entre los cuales no deben faltar influencers y muchos talents, además es necesario que siempre sepan venderse a través de todos estos cauces, y ello significa mostrarse justamente como su teoría dicta: un hombre que se mida por sus éxitos, sus ambiciones, su constante actividad, siempre con el objetivo de mejorar. Sin embargo, esas mejoras giran únicamente en torno al posicionamiento económico y al prestigio profesional; en muy pocas ocasiones, este tipo de personas dejan ver también la necesidad de una cotidianeidad que constituya su impulso (por ejemplo, la familia). De hecho, en muchos casos, vemos como este tipo de hombres, cuando alcanzan el éxito deseado, suelen tirar por tierra aquello que era cotidiano (un ejemplo claro es la cantidad de matrimonios que se rompen cuando uno de ellos consigue todo el poder y la gloria que pretendía).

A pesar de todo ello, no podemos olvidarnos de que somos españoles y que nuestra tradición, nuestra historia hace que esta vida de hombres que siempre miran al futuro buscando el éxito individual no encaje con nuestro carácter. Sí, ¡a pesar de todo! La verdad es que la mayoría del pueblo español sólo quiere ser feliz con minúsculas, es decir, desea la felicidad del hombre de carne y hueso que no se ha perdido en abstracciones y ambiciones personales. Sí, la mayoría de los españoles deseamos vivir, es decir, construir un proyecto vital desde el primer momento y sin desarraigos. Queremos poder elegir vivir en nuestra patria, forjar nuestro destino, formar una familia y no someternos a los vaivenes propios de sociedades ampulosas, de sociedades que se olvidan del presente y venden modelos de vidas futuras inalcanzables para la mayoría de los mortales.

Es dramático ver marchar a numerosos jóvenes españoles que alentados por esa imagen de un futuro mejor emigran a otros países para terminar trabajando de camareros, canguros, vendedores de hamburguesas, etc. Así, si bien es verdad que la España de hoy ha obligado a muchos talentos a buscarse la vida fuera de nuestras fronteras (y algunos de ellos han encontrado la tierra prometida), no podemos olvidarnos de que muchos han visto su vida fracturada por los deseos de una vida próspera. ¿No hubiera sido mejor para muchos de ellos permanecer en su país trabajando en lo que fuera ya que al menos aquí estarían arropados por sus familiares y amigos, pudiendo seguir formándose a la vez? No quiero que se entienda mal mi argumentación. No estoy en contra de aquellos que emigran por voluntad propia a otro país para formarse o para erigir allí su vida porque previamente han visto que tienen la posibilidad de la realización personal allí. Me estoy refiriendo a la desesperación que ha arrastrado a muchos jóvenes (y no tan jóvenes) a probar suerte en otros países, abandonando su vida aquí.

Hoy, muchos hombres no pueden elegir una vida cotidiana, sencillamente porque la sociedad actual (grotesca deformación a la que ha derivado la modernidad), que no se adecua al carácter español pero que desde la aparición del protestantismo se ha intentado imponer, cada vez pone más trabas al desarrollo de la biografía de cada uno de nosotros. Piénsenlo. Si esta sociedad nos obliga a no tener una residencia fija por la movilidad laboral tan demandada, si la formación continua no es necesaria para el enriquecimiento del alma, sino que está orientada para ser hombres "multitareas", capaces de amoldarse a las necesidades productivas de la sociedad del momento, si la vida es sólo trabajo en un espacio-tiempo elegido por las necesidades empresariales eternizando la llegada de la jubilación, si el tener hijos, lamentablemente, se plantea normalmente en términos financieros de gasto más que de necesidad vital (por otro lado, cosa casi inevitable en los tiempos que corren), ¿dónde está el avance real?, ¿dónde está el progreso real?, ¿dónde está la felicidad mundana, del día a día, del vivir en un espacio-tiempo concreto, disfrutando de las pequeñas cosas de la vida?


Lo cotidiano no está de moda porque en realidad lo cotidiano significa el vivir de los hombres concretos que tienen la libertad real de ser felices en su día a día. Libertad, Igualdad y Fraternidad no son nada si los hombres de carne y hueso no hacen uso de éstas en su vida. El carpe diem siempre ha estado asociado a la felicidad terrenal, no se dejen engatusar por las falsas promesas y vivan, en la medida de los posible (ya que este mundo no da muchas opciones, como hemos visto), su vida presente, en el aquí y en el ahora y procuren construir su biografía, huyendo de los fariseos marketinianos.


Y, por supuesto, no olviden que soy Dulcinea, hija de España.