El ruido del ordenador tratando de respirar para enfriar sus entrañas; el traqueteo del motor de la nevera; más allá del confín de mi balcón, el susurro de viento agitando los árboles y el piar de algunos pájaros que sufren el bochorno del verano madrileño.
El teclear lento de mis dedos evidencia que las musas son generosas pero pacientes. Hoy la inspiración ha llegado del dolor por sentirse fuera de un acelerado y loco mundo que apuñala a sus amantes. La tecnología nos asfixia, nos ahoga, nos embota, sin embargo, lo hace tan silenciosa y dulcemente que parece que nos canta una nana. No quiero ser hipócrita, puesto que este blog es símbolo de sus bondades-maldades, sin embargo, no me refiero a las islas que confirman la regla, sino a los continentes que emergen monstruosos haciendo que sus habitantes se adapten a las nuevas condiciones de "vida".
Desde luego quedarse en una de las islas, desde el punto de vista que estoy adoptando, parece la solución más adecuada, sin embargo es la más dolorosa porque te obliga y te condena a ir contracorriente. ¿Y si nos convertimos en un impostor? Entonces, Dulcinea desaparecería, se convertiría en uno más.
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