Estamos en una sociedad "de locos". Tenemos la posibilidad de acercarnos a través de las denominadas "nuevas tecnologías de la comunicación", creando relaciones sociales más sólidas de apoyo mutuo y resulta que el objetivo final de las mismas, en cada vez más numerosas ocasiones, es potenciar nuestro ego y distanciarnos del otro -objetivo soterrado y latente-. Así, queremos convertir nuestra vida en publicidad, en mera mercancía cuyo beneficio es el reconocimiento social. Pero, ¡atención!, sin embargo, la mayoría creerá que es una forma de compartir experiencias personales con los "amigos", creando más lazos de afectividad. Reitero, ¡estamos en un mundo de locos!
Quizás la tesis expuesta se entienda mejor si uno piensa en las redes sociales de hoy día donde se comparten fotos, experiencias, pensamientos entre conocidos y amigos. Habría que realizar un estudio en profundidad del uso de las mismas, del beneficio que aportan a las empresas que hay detrás y, por supuesto, de cómo afectan a la relaciones sociales de los usuarios (y cómo ello es reflejo de la sociedad en su conjunto). De momento, sólo se me vienen a la cabeza expresiones como "sociedad espectáculo", "vida como puro teatro" o "baile de máscaras".
Que algo potencialmente bueno se pervierta siempre tiene un porqué y en este caso, quizás, la causa sea la misma por la cual estamos aún sumidos en la crisis del hombre europeo, crisis que ya Ortega dilucidó a través de la archiconocida noción de hombre-masa. ¿Somos hombres-masa? Dirás que no, pero quizás tengamos que revisar nuestro histórico en la red social de turno y dejarnos de mirar el ombligo.
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